Durante el siglo XVIII, una fiebre constructiva invadió a numerosas poblaciones mexicanas que así adquirieron un singular perfil que hoy las caracteriza. Las edificaciones se distinguieron por las formas que expresaban la estabilidad, seguridad y fuerza, intención de los gobernantes y clérigos que buscaban connotar estabilidad y solidez pese a la situación social de crisis económica y desorden político que aquejaba al país.
Los edificios del siglo XVIII son sencillos, predominan los patios y se adaptan escaleras; aunque principalmente se enfatizo en la construcción de iglesias y conventos.
Iglesia de la Purisima Concepción